El deseo vive en los versos que me escribes,
en los sueños que me invento para
contentarme, en mi voluntad
a la intemperie entre las luces del paseo.
Nace en los espejos que tú miras,
se desnuda en el reflejo que yo veo,
en un lugar secreto donde todos susurran
tu nombre y mi nombre.
Crece entre mis sábanas de hilo,
en el trazo de tu pluma ligera,
en las estaciones que visito para ir a verte.
Y muere al doblar una esquina,
al final de esta página, en un último verso
donde nunca se separan el rostro y la máscara,
donde siempre conviven mi miedo y tu miedo.
Natalia Menéndez