Me tocas con los ojos cuando lees
un suspiro, unas ganas en las sílabas
que traducen las sílabas del cuerpo.
Soy yo el que te acaricia, no las letras
que sólo son la senda que camino.
En este mismo instante te acaricio,
te beso con cuidado. Lentamente,
como en todos los comienzos, por los labios,
por la sed, por los ángulos del agua.
Soy yo. No es un poema. No es un verso.
Son mis manos. Trasladan su impaciencia
al desorden de un cuerpo en otro cuerpo.
Precisamente el orden más perfecto
es la aceleración que descompone
los poros y los abre, los asombra
con la urgencia de otros poros, los seduce
con la boca, los graba en los sentidos,
y luego los escribe y te acarician.
Soy yo. Mi sed, el hambre de un poema.
Juan Antonio González Iglesias