El encanto
de las chocolatinas y las fresas,
como un cuerpo desnudo
con pedacitos de almendra
y unas gotas de miel.
Unos labios de trufa
y natillas calientes
con un poco de helado
y un bizcocho borracho.
La pasión del azúcar quemada
sobre la crema fría
en los postres helados.
El jadeo
de las moras silvestres,
de las claras a punto de nieve
flameadas al horno.
Un hechizo perverso
para las bocas,
para los paladares insomnes
que después de amar
todavía tienen hambre.
Ana Merino