miércoles, 18 de junio de 2008

SE AMABAN

Se amaban. En la oscuridad sus cuerpos

parecían fantasmas. Se amaban y en el cuarto

sus vestidos vacíos eran como los árboles

desnudos del jardín en un día de niebla.

Pero ellos se amaban. Habían encendido un cigarrillo

y fumaban los dos, cuidando siempre

de colocar los labios en el hueco

que dejaban los labios, así como besándose.

Procuraban que nada separase sus cuerpos.

No hacía falta hablar. Lo habían dicho todo.

Sólo los ojos parpadeaban a veces

sin luz, buscando los contornos

del otro cuerpo amado. y luego

se estrechaban de nuevo los dos cuerpos

y se enlazaban y los dientes ansiosos

encontraban la carne y estallaban las luces

en la pared del fondo. Y el cuerpo no quería

perder el otro cuerpo. Y el tiempo aceleraba

el corazón y se oía una música lejana

y el silbido de un tren en la estación del Norte.

Se amaban. Inventaban de nuevo la razón de existir.

Sus bocas respiraban con el nuevo compás

y sus manos yacían, ya agotadas, sobre el cuerpo

infinito del amante, en la sombra.

Fuera quedaba todo. La vida era el amor.

Lo real era el cuarto, con sus sillas

al fondo, un espejo, un viejo candelabro

y un reloj que marcaba siempre la hora de llegar.

Se amaban. Todo estaba muy claro.

Sobre el mundo, por todo, se seguían amando.



JOAQUÍN MIRÓ