No me conformo con la simple coincidencia
ni me basta con el prólogo de este encuentro
que inaugura nuestra historia ocasional
al margen, es posible, de todos los futuros.
No me es fácil seguir tratándote de usted
sin confesarte al tiempo que quisiera
tutearte todo el cuerpo con mis dedos
a los postres de esta cena laboral.
Te confieso que en el fondo nada importa
si el deseo es el vino quien lo provoca
o tal vez la superficie de tu boca
extensamente cálida y entera,
la suave sucesión de tu cadera
o el tono bronceado de tu piel.
En el fondo yo sigo siendo fiel
al tacto finísimo del vello,
me asombra la sombra de tu cuello
y me espanta sin duda la ternura
de tu cintura templada y transparente,
ese eco de clavículas y tu vientre
relegándome al borde la cordura,
la suave curvatura de tu espalda
y la falda casi mínima con que cubres
la dureza cobriza de tus piernas.
Qué importa si fue el vino o si me invento
que acaso te desnudo y te imagino
en un dorado sueño corporal,
con una única túnica de besos
y siendo yo tu sastre personal.
Qué importa mi adorable comensal
si en el fondo no te digo lo que pienso
y quedo como un dios deseante y perfecto
desconocido
tras este nuestro encuentro ocasional.
Rafael de Cózar