Qué fulgor derramado esta luna de cera,
qué imparable este río
de mis venas abiertas
vertiéndose incesante en tu mar sin orillas.
Qué raudal de agonía
desatinada y plena,
de mi boca a tu boca,
de tu mar a mi arena.
Qué deslumbrante herida,
qué llama inapagada,
qué dulce y ardua furia de cuerpos anudados,
qué tierna la derrota después de la batalla.
Isabel Rodríguez Baquero