Te vi de pie,
desnuda y orgullosa
y bebiendo en tus
labios el aliento,
quise turbar con
infantil intento
tu inexorable
majestad de diosa.
Me prosternó a tus
plantas el desvío
y entre tus piernas
de marmórea piedra,
entretejí con besos
una hiedra
que fue subiendo al
capitel sombrío.
Suspiró tu mutismo
brevemente,
cuando en la sed del
vértigo ascendente
precipité el final
de mi delirio;
y del placer al
huracán tremendo,
se doblegó tu
cuerpo como un lirio
y sucumbió tu
majestad gimiendo.
Rubén Martínez Villena