Café canela de a sorbos,
derrochamos las
palabras
por designio del destino
escondidas de infortunio,
al
crepúsculo testigo
tarde en llamas de un otoño.
Nos
sentamos, conversamos,
tú dijiste muchas cosas
y yo dije
muchas otras,
café canela sorbiendo...
soltando audaces
miradas
en compases vespertinos.
Súbitamente y sublime
la
noche nos fue cubriendo,
bastó un silencio profundo
y una
pregunta azarosa,
café canela de a sorbos...
Y tu infinita
mirada
se reflejó en mis pupilas,
como en un mar de
ansiedades.
Antes que el café se acabe,
sí, tus manos y
mis manos
se encontraron de improviso
y un huracán de
amapolas
ardió en medio de esa magia.
Café canela de a
sorbos,
en la cuenta regresiva
tras el tiempo ya
perdido,
recorrimos de inmediato
el camino fugitivo
de
prohibidas melodías,
de encendidas madreselvas.
Café
canela de a sorbos,
florecieron nuestros labios
de néctar y
nardos vivos.
Ahogada en café la noche,
penetraba
imperturbable
en un sudor sin preguntas
en un sudor sin
respuestas.
Mientras, rompimos las reglas
sobre el amor en
silencio,
sobre el amor al desnudo
y un manantial de jazmines
y
de mieles muy sabrosas
lento y profundo invadía
los cuencos de
mis entrañas,
disuelto en café canela.
Con sabor café
canela,
mi cuerpo de mar se hizo,
tu piel mi bahía fue,
a
los pies erupcionados
del volcán que despertamos.
María Eugenia Ayala