Cuando ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche
a
la hora en que los pescadores furtivos
reparan sus redes tras los
matorrales,
aunque todas las estrellas cayeran
yo no tendría
ningún deseo que pedirles.
Y no importa que el viento olvide
mi nombre
y pase dando gritos burlones
como un campesino ebrio
que vuelve de la feria,
ni que las madres cierren todas las
puertas
porque ella y yo estamos ocultos
en la secreta casa de
la noche.
Ella pasea por mi cuarto
como la sombra
desnuda
de los manzanos en el muro,
y su cuerpo se enciende
como un árbol de pascua
para una fiesta de ángeles perdidos.
El
último tren pasa como un temporal
remeciendo las casas de
madera,
las madres cierran todas las puertas
y los pescadores
furtivos van a repletar sus redes
mientras ella y yo nos
ocultamos
en la secreta casa de la noche.
Jorge
Teillier