Ella retira la sábana blanca
y emerge de esa cama espléndida
que aún huele a dos
Con súbita serenidad
enciende un cigarrillo y lo fuma
entre indolente y pensativa
antes de empezar a vestirse
Tuerce un poco su cuello
de canela y de vidrio flexible
y sonríe fugazmente al hombre tendido
como diciéndole: Está bien,
y los dos lo entendemos; se trata
de la alta usura de las cosas
Ella recoge sus prendas del suelo
y se cubre entre lentamente y aprisa
resucitando y escondiéndose
con implacable naturalidad
Cuando pone el sujetador
sobre sus magníficos pechos
él los está mirando
con una placidez crispada,
como naciendo sin destino,
y le sonríe, afectuoso, sin sílabas,
ya desde la impotencia del anciano
que recordará este interior
Mientras él se viste, y enciende
un cigarrillo, y fuma mesurado...
sin que medie una sola palabra
algo en la habitación (¿el olor?
¿el desorden grato? ¿el silencio?)
parece murmurar en calma:No quedan ya en el mundo
dos existencias paralelas
(En otra época, remota,
motivarían candorosas páginas
de un dramaturgo; actores
románticos y esbeltos
pronunciarían grandes mayúsculas,
sobresaltarían, mimarían
la emotividad popular
con su amor devenido en sangre
A principios del siglo XX
harían juntos la Revolución;
clamarían, golpearían
sobre el portalón del futuro
con fósforos en la cara)
Ella,
que ya aprendió a decir te quiero
poquísimo, por carta, o nunca,
le ayuda a abrir la puerta
Hasta la vista –dice,
con la mano en la cerradura
y rozándole la mejilla
Él, ya desde el pasillo,
alarga un brazo y le acaricia el pelo
mientras la puerta empieza, lentamente,
a cerrarse, como una herida
FELIX GRANDE