jueves, 14 de febrero de 2013

El salmo de los árboles

    Si quieres acercarte más a mi corazón
    Rodea tu casa de árboles.
    Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
    Mientras menos lograda más lejos de la muerte.
    Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
    Cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.
    El grillo que devana su pequeña madeja
    De soledad y extiende su música en la hierba.
    Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
    La fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.
    Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
    El césped silencioso y el agua cantarina,
    Y el quieto surtidor verde de los sauces
    Para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.
    El huso de los pinos donde la sombra crece
    Que hile la blandura de los atardeceres.
    Y cuando esté maduro el silencio del bosque
    Pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.
    Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
    Con la misma dulzura con que se toca un arpa.
    Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
    Te entregue la delicia de las futuras pomas.
    Y las redondas bayas -madurez y deseo-
    Pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.
    Y decoren de plata sus hojas las acacias
    Como si amaneciera la luna entre las ramas.
    Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
    Un loto te recuerde bajo la luz tranquila.
    Y la savia palpite si grabas en los robles
    El contorno perfecto de nuestros corazones.
    El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
    A tus manos la ausente materia de mis sienes.
    Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
    Como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.
    Despertarán entonces al vaivén de las ramas
    Más pájaros que cantos caben en la mañana.
    Y la luz será lira sostenida en el aire,
    Iniciación del alba, límite de la tarde.
    Acércate al rumor del viento entre los árboles,
    Amada, y sentirás el rumor de mi sangre.

    Jorge Rojas