áspera y cortesana en el saludo.
Las zarpas de abrazar, con qué cuidado,
o de impetrar afecto, o daño, a quien lo doma.
La caricia con uñas, el pecho boca arriba
para mostrar el corazón cautivo.
La piel toda entregada, la voz ronca
retozando en su jaula de colmillos,
y los ojos enormes, de algas, sonriendo
a la muerte inmediata
a que fue sentenciado.
Carlos Barral