Estabas
desleída en la dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y
te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada
en los limas
obstinados del fondo.
Era tu forma ese
deshacimiento.
Brotar.
Fluir.
Abandonarse.
Bajaba
el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
Blancura.
Y
ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella
tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.
José Ángel Valente