Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el
espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está
enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una
sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se
inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de
huevo.
La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro
temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande
como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se
precipita
en un río invisible, intocable.
Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra
descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.
Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que
penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
a
penetrar.
Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.
Tiemblan
como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es
ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos
acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.
La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro
puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos
cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que
apuntala su aspa de molino.
Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como
después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos
llenos de tritones.
Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el
desierto con alfombras y dátiles.
Los dos cuerpos
desaparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo , lo blando,
la esponja infinitamente
extensiva,
responden en la puerta,
abrillantada con
ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los
ojos apenas recordados.
El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena
silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una
nube.
La manta, la lechuza marina,
seca el sudor
estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y
decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la
serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.
José Lezama Lima