Vivíamos en la misma ciudad,
pero no nos conocíamos.
Eras alta, eras guapa y eras rubia.
Como los claros del bosque
y la soledad del monte,
eras la luz en busca de la vida.
Eras la cercanía del agua
y el perfume del huerto.
Eras alguien que lo tiene todo
y no sabe de heridas.
Eras como la cumbre,
donde despierta siempre la esperanza.
Como el silencio eterno de las iglesias
repartido por la tierra.
Como los rostros ocultos,
donde descansa el mundo.
Eras lo que tenía que llegar,
recién llegado.
El cuerpo que querían los otros.
En un lugar conocido,
una llave desconocida.
Eras la luz en busca de la vida.
Tenías el secreto
de la luna y la noche.
Vivías en un mundo creado
por la alegría del sueño.
Eras la luz en busca de la vida.
Manuel Ruiz Amezcua