Es
tan adorable introducirme
en su lecho, y que mi mano
viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al
desenvainar la columna tersa
–su cimera encarnada y
jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante–
presenciar
la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe
usar,
mostrarle el sonrosado engarce
al indeciso dedo,
mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra
audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del
vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al
estertor final
de un agonizante, que es imposible
no irlo
matando mientras eyacula.
Ana Rossetti