Existen mujeres
transparentes que fueron concebidas por los dioses. Son, como el
perfil del aire: livianas, ingrávidas, etéreas.
Su delicado
tacto se asemeja al beso de los ángeles y la fragilidad de su mirada
a la de la porcelana china. Cuando lloran liberan minúsculos
cristales que se evaporan al contacto con el aire y su piel deja al
descubierto con igual proporción el alma, las arterias, los órganos
vitales o el pensamiento.
De noche, cuando duermen, reflejan en
las sábanas imágenes oníricas o apasionadas escenas de jóvenes
amantes; sus pechos parecen vidrieras por donde asoma los ojos el
amor.
Son criaturas de largas piernas, con muslos interminables,
cabellos de fuego y delicadas cinturas. Al andar imitan el movimiento
de un océano de trigo movido por el viento y en sus brazos siempre
habita la vida.
Me gustan las mujeres transparentes, sencillas,
sin cubiertas ni máscaras. Siempre tuve debilidad por la delicadeza
con que fueron agraciadas.
José Sarria