El amor está en el pubis,
en los dedos que acarician la floresta
y el estrecho espacio de tu carne palpitando
en las mismas caricias.
Desde la tristeza viene el amor
lleno de sal y saliva
como este dedo que baja
y sube
en el deslizante espacio de tu carne.
El amor siempre ha sido cueva, árbol,
follaje,
penetrando hasta las raíces mismas
del gusano,
allí donde el amor se derrumba
en sus propios huesos,
como una explosión de carne
dentro de la carne.
Abrazamos el amor
en imaginados besos y abrazos
para caer y no caer
blandamente en el abismo agitándose
en el viento.
Como el poeta en la página
acaricia la palabra muslo,
labio,
clítoris (que faltaba en estos versos),
cree el hombre tocar a la mujer
y la mujer al hombre,
como el poeta al poema,
y cada cual se besa a sí mismo
en los labios del otro,
cada cual se roza a sí mismo
en la piel del otro que ama
la imagen creada por sus propios ojos.
Así como el poeta se ama a sí mismo en el poema
y en la superficie de la letra,
así el hombre, la mujer
acarician el propio sueño imaginado en sus ojos
y cada uno ama el amor
que para sí mismo ha creado
en su propio espejo.
Mario García