Pido lo imposible: ámame para siempre.
Cuando se extinga el deseo todo, ámame.
Ámame con la firme obstinación de un monje.
Cuando el mundo entero
y todo lo que estimes sagrado te advierta
contra ello: ámame aún más.
Cuando una furia innombrable te sobrecoja: ámame.
Cuando cada paso de tu puerta a tu empleo te canse…
ámame; y de tu empleo a tu hogar de nuevo, ámame, ámame.
Ámame cuando estés hastiado…
Cuando cada mujer que veas sea más bella que la última,
o más triste, ámame como siempre lo has hecho:
no como un admirador o como un juez, sino
con la compasión que reservas para ti mismo
en tu desamparo.
Ámame como te deleitas de la soledad,
la anticipación de tu muerte,
los misterios de la carne, sus desgarros y enmiendos.
Ámame como al más venerado recuerdo de tu infancia…
y si no hay uno en tu memoria…
imagínalo, y déjame habitarlo contigo.
Ámame marchita como me amaste plena.
Ámame como si Yo fuese para siempre…
y yo, haré de lo imposible
un simple acto,
amándote, amándote como te amo.
Ana Castillo