Te
pedí que te desnudaras para mí.
Quería ver la hermosura de tu cuerpo.
En la estancia del hotel,
La luz de un sol moribundo
Suavizaba las formas;
Pintaba tu silueta
De un dorado perfecto
Como en un cuadro de Hopper.
Espléndida, tu espalda
Se arqueaba en la cintura.
Tus nalgas de terciopelo,
Sugerían el más delicioso bocado.
Tus senos, sin ser abundantes, erguían
Sus oscuros botones
Hacia unos invisibles labios.
El pubis, negro azabache,
Levemente convexo,
Guardaba su más preciado tesoro,
Una fuente de ajenjo
Para perder en ella toda noción,
Todo sentido.
Todo…
Ante tan fascinantes hallazgos.
La emoción fue vértigo en mis manos
Pero ellas no fueron al encuentro
De tus intuidos encantos.
Permanecieron mudas ante el milagro.
Hoy en el recuerdo, se rebelan mis dedos
Y, en la cálida cuenca del deseo,
Laten todavía
Los rayos de aquel sol declinante
Que lamieron tu piel.
Jeannine Alcaraz
Quería ver la hermosura de tu cuerpo.
En la estancia del hotel,
La luz de un sol moribundo
Suavizaba las formas;
Pintaba tu silueta
De un dorado perfecto
Como en un cuadro de Hopper.
Espléndida, tu espalda
Se arqueaba en la cintura.
Tus nalgas de terciopelo,
Sugerían el más delicioso bocado.
Tus senos, sin ser abundantes, erguían
Sus oscuros botones
Hacia unos invisibles labios.
El pubis, negro azabache,
Levemente convexo,
Guardaba su más preciado tesoro,
Una fuente de ajenjo
Para perder en ella toda noción,
Todo sentido.
Todo…
Ante tan fascinantes hallazgos.
La emoción fue vértigo en mis manos
Pero ellas no fueron al encuentro
De tus intuidos encantos.
Permanecieron mudas ante el milagro.
Hoy en el recuerdo, se rebelan mis dedos
Y, en la cálida cuenca del deseo,
Laten todavía
Los rayos de aquel sol declinante
Que lamieron tu piel.
Jeannine Alcaraz