Te tocaban mis ojos.
Te observaban mis dedos.
Aprendía tu humedad y la temperatura,
coordenadas, constantes.
Y cuanto supe antes era falso,
como falso sería cuanto te di de mí.
A esa altura del juego
no te buscaba el alma.
Lo que la sangre inflama cuenta
entonces.
Solo órgano y sustento la voz llama.
Mis ojos navegaban tu interior
y decidían amarte,
sospechaban el resto.
Ana Ares