Hay que vivir un gran amor, todos los
días,
el mismo, nuevo, diferente, como nunca,
tal vez;
muchos besos dan vigor al cuerpo y
mantienen despierto.
Si el amor no llama por teléfono, hay
que buscarlo,
ir a despertar su deseo, hacerle
cosquillas en la oreja,
emborracharlo de vigilias, llenarlo de
mermelada.
Hay que olvidar a la policía y hacer
el amor
en las calles más transitadas, en los
parques
y en las casas decentes del mundo que
es nuestro;
porque un gran amor no es un código
ni un semáforo prudente que se prende
y se apaga
ni el decoro que quiere nuestra tía la
ricachona.
Hay que estar listos para romper los
límites,
para entregar lo bueno y lo malo de
nuestros cuerpos.
Un gran amor todos los días, hay que
vivir sin reglas,
en hoteles o en antros, en la tina o en
la escuela,
como las ardillas del norte, que pasan
una hora
recogiendo nueces para dedicar semanas
a sus juegos.
Gozar y ahora, antes que la ciudad nos
trague
y el tiempo impida. Diversión y
subversión, aquí
brotando de la gris cultura, naciendo
del orden imperfecto.
Y no ser la resaca de la televisión
y no ser el sueño de humo que quiere
convencernos.
Mariano Flores Castro