Cada mañana el mismo
asombro, siempre
nuevo:
el ver lo natural
que es para ti tu cuerpo.
Consabidas
minucias
del rito del aseo,
que imperceptiblemente
elevas al
misterio.
Desde mis ajimeces
vigilo tus linderos:
revuelas
como un ángel
sobre tus mismos pechos.
Tu humedad se
disputan
la juncia y el espliego.
¡Ay, frescura de aljibe
y
calor de sesteo!.
En mis blandas murallas
aprisionado,
veo
el hábito sencillo
que tienes de tu cuerpo.
Resuelves
la materia
en puro movimiento;
cada escorzo insinúa
un
ritmo en el espejo.
El repetido aire
que modela tus
gestos,
es en ti cristalino
pero en mí es espeso.
De tu
cuello desnudo
nace un hondo venero;
de tus brazos en alto,
la
mimbre de tu pelo.
Al alba, cuando mido
tu distancia, no
entiendo
la natural costumbre
que es para ti tu cuerpo.
RAFAEL GUILLÉN