Con esta sola mano
me fatigo al amarte desde lejos.
Tendido
bajo el viejo ventanal,
espero a que el sudor se quede
frío,
contemplo el laberinto de mis brazos.
Soy dueño de
un rectángulo de cielo
que nunca alcanzaré.
Pero debemos
ser más objetivos,
olvidar los afanes, los engaños,
el
inútil deseo de unos versos
que atestigüen la vida.
Celebrar
el silencio de un cuerpo satisfecho,
esa altura
sin dios a la que llega
nuestra carne mortal. Saber así
la
plenitud que algunos perseguimos:
un hombre, bajo el cielo, ve
sus manos.
Vicente Gallego